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La metamorfosis de Messi

En la explicación a la mutación que ha sufrido Leo Messi de una temporada a otra hay una variante innegable: el peso. El repunte de su carrera hasta una dimensión incluso superior a la que se creía como la mejor, ha venido provocado por una dieta severa.

Messi ha encontrado en Giuliano Poser, el médico de Sacile, cerca de Venecia, el aliado que necesitaba en su carrera. Desde que se ha puesto en sus mano, la megaestrella ha perdido sensiblemente peso —entre cuatro y cinco kilos— y la efectividad ha sido tan comprobada que Leo ha convencido a otros argentinos como Vietto y Agüero para que le visiten de cara a la Copa América, que se celebra en Chile el próximo mes.

El argentino, que cogió fuerzas para la final de la Copa del Rey en la playa con su hijo, volvió a coger altura divina para dejar aún más pequeños a sus teóricos semejantes. Su viaje hacia el quinto Balón de Oro es imparable, inapelable, indiscutible. Tan pancho y normal, como un ser humano más de la faz de la Tierra, el mejor jugador del Barcelona, del momento y probablemente de la historia buscó inspiración a orillas del Mediterráneo. Y pocos días después la plasmó en uno de sus mejores goles con la camiseta del Barcelona, en una obra de arte y precisión a la altura del homenaje a Diego Armando Maradona que protagonizó contra el Getafe en la 2006-2007.

Por más que Ernesto Valverde situara al esforzado Balenziaga encima de Messi desde el primer minuto, el rosarino encontró rápido la forma de hacerle daño al Athletic. Abierto a la banda derecha, ámbito desde el que se ha empeñado en detrozar cualquier debate sobre su jerarquía futbolística, recibió dos recados de su marcador (luego, víctima) y entró en combustión para terminar silenciando el ímpetu que, como era de esperar, el equipo vasco despachó en los primeros compases de su tercera final copera en seis años.

En el minuto 20, Messi le sacó rédito a su pique con una acción brillante. Sencillamente, no había otra forma de salir de la presión que le estaban haciendo Beñat, Balenziaga y Mikel Rico. Quebró al primero en una baldosa, se hizo un autopase ante el segundo y ganó el área en velocidad sin que el tercero lograra derribarle. Lanzado ante Herrerín, que acabó siendo el mejor del Athletic, el 10 se deshizo de Laporte (a punto estuvo el central rojiblanco de parecerse al pobre Boateng) y reventó la red por el palo corto con un tiro violento e inapelable. Luego llegó la celebración, el mejor alivio posible tras el berrinche. Ceremonioso, mientras sus compañeros se llevaban las manos a la cabeza y desencajaban su rostro de alegría, miró fijamente al público rendido, como el Rey que confirmó ser en la final de Copa.

A partir de ese momento, con el rival tocado y retratado, Leo agitó el partido cuanto quiso. A lomos de una maquinaria colectiva cada vez más engrasada, participó en la jugada de tiralíneas que terminó con la sentencia de Neymar poco antes del descanso. En el 37’, el general Messi se asoció en la frontal del área con Rakitic, su notable escudero, que asistió certero para Suárez. El uruguayo, un maestro en jugar al límite del fuera de juego, entregó el 2-0 a la tercera pata de un tridente ofensivo que ya suma 120 goles, dos más que la sociedad Cristiano-Benzema-Higuaín en 2012. En Berlín, la estadística sólo puede engordar.
Una aplicación brutal

Todo lo contrario, adelgazar, es lo que ha hecho Messi este año. Consciente de que su nivel bajó en 2014 por culpa de lesiones, malos hábitos y una mala racha, este curso se ha aplicado más que nunca en el aspecto físico, en la línea de Piqué, Jordi Alba o Bravo, otros jugadores azulgranas que han dado un gran rendimiento gracias en buena parte a haber hecho cambios en su alimentación y preparación. La fibra hace de Messi un futbolista más veloz que en 2013 y 2014 y mucho más resistente a la hora de mantenerse firme cuando le presionan. También “es imparable”, como diría Guardiola, incluso a la hora de proteger una posesión de espaldas a un oponente.

Fresco de piernas e intuitivo de mente, el epicentro del Barça situó el 3-0 tras un centro raso de Alves, uno de sus socios favoritos. Se aprovechó de una indecisión de la defensa del Athletic y picó con mala baba al fondo del marco de un Herrerín vendido y resignado ante el poder de decisión de un jugador acostumbrado a decantar finales. No en vano, con el doblete de ayer, ya suma nueve goles en finales a partido único. Concretamente, entre Copa y Supercopa, el Athletic ha lamentado un total de cinco goles del argentino: dos más tres.

El mejor solista del Barcelona ha hecho honor a su condición en los tres títulos que los de Luis Enrique han disputado este año. La Liga cayó por fin en el Calderón después de una definición de Messi ante Oblak. En Champions, en la empinadísima cita contra el Bayern en semifinales, el 10 destrozó los planes de Guardiola con dos arrebatos inapelables. Y en la Copa, desatascó la final con un gol antológico. “Cuando las cosas no salen, aparece la magia de Leo”, resumió Mascherano, quien al contrario de lo que es habitual en él corrió desde su campo para festejar el tanto. El Jefecito es de los que felicita a distancia.

Elogios de Xavi

Xavi, otra de las figuras con más ascendencia sobre el rosarino, no tembló a la hora de calificar el 0-1 de ayer como “uno de sus mejores goles”. “Brutal, espectacular”, abundó el egarense.

También desde el palco vibraron con la secuencia. Artur Mas, presidente de la Generalitat, no ocultó su felicidad: “Messi es de otra galaxia, de otro planeta. Ni siquiera el Rey ha podido esconder su sorpresa por este gol magnífico que seguro que dará la vuelta al m undo”.

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