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Lucía: "Pagué mi bullying con mis padres; en el cole me quitaban la peluca del cáncer y en casa le daba patadas a mi madre"

Dos jóvenes desvelan su doble devastación: sufrieron violencia en el colegio y mutaron después en maltratadores de sus padres. Los expertos detectan un fenómeno que demuestra la inmensa onda expansiva del acoso escolar

Cuando Lucía tenía 11 años, los chicos y las chicas de su clase la perseguían hasta el baño del colegio para quitarle la peluca que ocultaba su cráneo lampiño por el cáncer. 

Cuando Lucía tenía 14 años le pegaba patadas a su madre para que no la obligara a comer y le soltaba manotazos en la cara a su padre si se acercaba a ella. En tres años de niña caben espantos que duran toda la vida. Caben cosas de adultos con mala suerte. 

Caben dos palabras y una letra: verdugo con v de víctima. Esta gallega de 15 años habla como si tuviera muchos más. Ella sola, en una frase, resume lo que los expertos en psicología empiezan a vislumbrar cuando se topan con chavales que fueron víctimas de acoso escolar y se convirtieron después en azotadores de sus padres: «Yo pegaba a mi padre porque sabía que no me iba a hacer nada; pagué mi bullying con mis padres porque las de mi nivel me podían hacer algo, pero ellos no, porque me iban a seguir queriendo».Lucía habla del tirón. 

No duda. Sabe lo que le pasó y lo que hizo pasar. Y lo cuenta sin lágrimas, con un punto de distancia sobre un pasado que ya no parece suyo... del todo. «Me llamaban loca por cortarme las venas. Y sigo pensando que estoy loca, no me siento curada del todo. Me metieron en la cabeza que estaba enferma. Quizá lo siga estando». Y se remanga. Y nos enseña los brazos. Y se ven las cicatrices que dejan los suicidios y sus alrededores.«A los 11 años me detectaron un cáncer y mis compañeros no lo vieron normal. Me llamaban Míster Peluquina. O también Caillou, como el personaje calvo de los dibujos. 

Me perseguían hasta el baño para arrancarme la peluca o mirar qué estaba haciendo. Eran 10 o 12 niños». Al curso siguiente, Lucía cambió de colegio, pero no de oscuridad. «Estaba gorda y buscaba páginas de anorexia. Una chica inventó que me quería suicidar y la cosa fue a más. 

Me llamaban loca, me insultaban diciéndome fea y gorda. Inventaban cosas sobre mí. Me sentía atacada por todos, y los demás lo veían y no hacían nada. Intenté cortarme las venas y me tomé varias pastillas de golpe. Y empecé a hacerme cortes de forma habitual. Todo el mundo sabía que me cortaba y nadie decía nada». La vida de Lucía transcurría de reojo, ajustando siempre la sospecha por las risitas ajenas, esas voces que hablaban de ella en tercera persona. Eso si había suerte. «Otras veces, muchas veces, se dirigían a mí directamente para decirme cosas sobre el cáncer. 

'Eres Caillou', 'Eh, calva'. O me llamaban 'niña de las tres mellizas'. O me insultaban sobre mi aspecto con la peluca y sin pelo». Los padres de Lucía, ella conserje y él técnico de mantenimiento, llevaron a la cría al psicólogo. Pero no hubo ciencia cierta para ella. «No me gustaba.

Estaba incómoda en todo. Me enfrentaba al psicólogo y no quería ir a las sesiones. Y empecé a gritar y a insultar a mis padres. Y fui agresiva alguna vez, sí». - ¿Cómo se es agresiva con una madre, Lucía?- Pegándole patadas si me obligaba a comer.El colegio de Lucía era un calvario para ella y la casa de Lucía era un calvario para todos. «Mi madre se pegaba mucho a mí y mi padre pasaba. Pero cuando él se acercaba, yo lo mandaba a la mierda. 

A él sí que le pegaba más. Un día le pegué una patada y le dije que como se volviera a acercar a mí le metía una hostia en la cara. Yo me sentía fuerte porque sabía que él no me iba a hacer nada».Las cosas con la madre eran más sutiles. Y Lucía, con sus 15 años llenos de muchos más, las categoriza. «Me puse al mismo nivel que mi madre. Se trataba de saber quién mandaba más. Ahora estamos donde tenemos que estar: yo soy la hija y ella es la madre». 

El «mismo nivel», ese desnivel, era una tarde como ésta: «Me colocaba frente a mi madre y le decía: 'No has hecho nada bueno en tu vida'. Entonces ella se iba a llorar a su habitación. Así, tres o cuatro veces seguidas. A veces, mi madre también se ponía agresiva, pero ya no sabía qué hacer conmigo». La solución se la dio la propia Lucía la noche en que uno de los cortes en la muñeca resultó demasiado profundo. «Ese día me asusté de verdad y le pedí a mis padres que me llevaran a algún sitio porque pensé que iba a acabar muerta».Y aquí está Lucía, rodeada de iguales. «Aquí» es la Residencia Terapéutica Campus Unidos, un centro privado para jóvenes violentos con sus padres. Desde la psicología, el director, Eduardo Atarés, y el presidente de la Comisión Rectora del Programa RecUrra-Ginso, Javier Urra, dicen que hay un perfil nuevo, un viaje que no imaginaban: «Un 52% de los jóvenes con los trabajamos ha sufrido bullying. Pasan de sufrir a hacer sufrir. Parece paradójico, pero no lo es; el ser humano deja en herencia lo que ha recibido. 

Es triste e injusto. Lo ejercen con sus padres porque saben que ellos van a aguantar, a admitirlo. Es una mala entendida 'justicia retributiva'».A Lucía ahora le da tiempo a pensar qué quiere hacer cuando pueda hacer algo. «Diseñar, pintar, dibujar. Todos mis dibujos evocan una chica encerrada. Es lo que siempre he sentido. Yo me relacionaba por internet con víctimas de bullying y me inventaba quién era. Me sentía más segura». - ¿Y ahora qué sientes? - Ahora sigo pensando que la vida es una mierda, pero no tanto como antes. Que sientan pena de ti es un asco, hay gente que lo pasa peor que yo. Al fin y al cabo, somos una familia normal y nos han pasado cosas normales: cáncer y 'bullying'.

Jorge se apoya en un árbol de la finca de la Residencia
Campus Unidos. ANTONIO HEREDIA
Jorge: "Mi acoso influyó en mi agresividad con mi madre, provocarla, amenazarla con el cuchillo... Pura rabia. Yo sólo quería tener un amigo y todos venían a joderme la vida"Jorge mira a su pasado desde arriba, encaramado a los dos metros de su estatura y a los meses que lleva en la Residencia Terapéutica Campus Unidos resucitando entre psicólogos y chavales que fueron como él. Hoy tiene a uno de sus viejos acosadores en un grupo de WhatsApp, nada que ver con aquellas tardes en que los fuertes de la clase le hacían meterse lápices en las orejas para festín popular. 

Hoy habla de su madre con respeto, nada que ver con aquel día en que la agarró del pelo y le puso un cuchillo cerca de la cara. Jorge tiene 16 años y una historia de siglos. Una vida resumida en una palabra: violencia. «Tenía TDH [Déficit de Atención por Hiperactividad] y mis compañeros se burlaban, me llamaban Dumbo por mis orejas, me hacían meterme lápices en los oídos y la nariz. Me tiraban bolitas, imanes... Nadie me defendía. Al dormir, soñaba que era yo quien me burlaba de ellos». Durante cuatro años, 

Jorge vivió una cosa en los sueños y la contraria en la realidad. «Me perseguían. A veces salía corriendo y otras dejaba que me pegaran. Me daban puñetazos y patadas. Me acorralaban y me daban golpes, pero sin dejar marcas. Sabían lo que hacían. Se cagaban en mis muertos, mis abuelos habían muerto y sabían dónde hacerme daño». Y, luego, el silencio. «En casa decía que me había dado con la mesa de clase». Jorge vivía en un lugar de Sevilla donde existen los niños invisibles y los maestros ciegos. «Yo no contaba para nadie, no tenía amigos. A veces empezaban cinco o seis a tirarme cosas y luego se sumaba todo el grupo a reírse de mí... ¡Dumbo, Dumbo!».- ¿Y qué hacían los profesores?- No lo veían grave.El suicidio, ese espanto, merodeó a Jorge cuando el acoso fue brutal. 

El suicidio, ese alivio. «Imaginé tirarme de un cuarto piso. Pero pensaba en el dolor que iba a causar a mi familia».Cuando este chico sonriente y vertical tenía 12 años, su padre abandonó la familia. «No lo he vuelto a ver». Y, entonces, la vida se dio la vuelta. «Me empecé a defender. Un día le pegué una paliza a uno y me expulsaron. Dejaron de acosarme. Ahora empezaba yo, buscaba a mis acosadores y a otros. Por desahogarme, por vengarme, por llamarme puto gordo...». El chico dejó de estudiar y se llevó la ira a casa. «Mi madre me había dado cachetes de pequeño. 

Pero con 13 o 14 años empecé a ponerme agresivo con ella. La insultaba, le tiraba del pelo... Una vez cogí una lámpara y se la tiré. Un día rompí la pared de pladur de un puñetazo y hundí una columna a patadas. Y otro me cargué un armario. Era igual de agresivo que la pareja de mi madre. Si ella me llevaba la contraria o no me dejaba salir a casa de mis otros abuelos, yo la liaba». Jorge fue creciendo para atrás, subiendo al infierno. Fue aprendiendo violencia. «Le decía que nunca me había dado amor y que no viviría con ella si no fuera mi madre. Y ella lloraba. Provocaba cosas para irme o para acojonarla. Yo escondía cosas mías en su habitación y al rato preguntaba dónde estaban. Cuando las encontraba, le preguntaba qué hacía eso en su habitación y se liaba. 

Ella me gritaba y yo saltaba. Había gritos, insultos, agarrones del pelo, le tiraba cosas...». Hasta que un día, el mundo se asustó mucho. Un cuchillo. Palabra mayor. «Quería salir de casa y mi madre cerró la puerta. Le grité que me dejara salir, pero se puso delante. La agarré del pelo, cogí un cuchillo y la amenacé. No quería hacerle daño, yo mismo tenía miedo. Pero seguí con el cuchillo. Ella tenía mucho miedo porque yo había crecido. Al final, ella salió, llamó a su pareja, él me quitó el cuchillo y me llevaron al hospital. Y aquí estoy». Jorge parece un grandullón en paz. «Tenías que haberme visto en 2013: todo el día con cara de que te mato. 

Yo he pegado a mucha gente, he insultado al psicólogo y me he tomado cada broma como una burla». Ahora hace limpieza. «Me arrepiento, pero veo normal lo que hice, porque no sabía cómo parar. Ahora sí. Espero llegar a un pacto con mi madre para irme a vivir con mis abuelos». - ¿Y ves relación entre el acoso que sufriste y el que infligiste a tu madre?- Sí. Mi acoso influyó en mi agresividad con ella, en provocarla, gritarle, tirarle cosas... y hasta lo del cuchillo. Tenía mucha rabia dentro. No me explico por qué me acosaban, yo sólo quería tener un amigo y, de repente, venían a joderme la vida. Sólo quería complacer. Hasta que cambié y me volví violento. Y lo pagué con mi madre.

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